Traducir un libro es experimentar una especie de metamorfosis. Es convertirse en el autor, seguir sus huellas, andar sus pasos, leer los libros que él leía, descubrir a sus autores predilectos y dejarte o no cautivar por ellos; es adentrarse en el resto de su obra para situar, en el conjunto, el libro que traduces; es conocer sus diarios y sus cartas, rastrear sus traducciones, cuando las hay, y enterarte de su manera de entender este oficio, saber qué consideraba prioritario y qué superfluo; es conocer sus debilidades como ser humano y también sus fortalezas? Traducir un libro es transportarte al siglo y al entorno del argumento traducido, es recrear, en tu momento y tus circunstancias, un mundo muchas veces desaparecido.
Selma Ancira nos ofrece en estas páginas parte de su experiencia como traductora. ?Si en este momento me preguntaran quién soy, respondería, probablemente, que soy la suma de mis autores. De sus rasgos de carácter, de sus lecturas, de sus andanzas, de sus sueños y sus logros. Ellos, mis autores, aquellos a quienes he entregado mi tiempo y mi empeño, han ido modelando a lo largo de más de cuatro décadas mi manera de ser, mi forma de entender el mundo, mis anhelos y mis metas?.