El gris de Luis Flores Romero guarda una esencia variopinta. ¿Gris por el tedio? ¿Por las cenizas de la muerte? ¿Por el carrusel de vértigo difuso? ¿Por la ciudad que obliga a amarla turbulenta? ¿Por la mugre del pordiosero y el cigarro y el asfalto? ¿Por la nublazón del coito? ¿Por la mujer de grisura tan insólita como la del nácar? Gris urbano es el barullo que devora al iris: la ciudad líquida la diversidad de especies en un humor plomizo. Su poesía, de tendencia al encabalgamiento y construida sobre moléculas silábicas, hace cantar al coloquio y quebrar, entre sus versos, el hastío de la urbe en milagros baladíes.