El marinero ilustrado deja atrás el mar y el tiempo, navega entre palabras y convierte a las calles y la cantina de la isla en su palestra. Con su pintoresco lenguaje cautiva, emociona, divierte, supera entresijos, inspira, incomoda, enseña y se propone revelar a sus escuchas la grandeza del Ser: fuente de toda felicidad, conciencia y verdad. Cuenta historias y lecciones construidas con un discurso espontáneo y simbólico. Discurre entre la filosofía, el misticismo y las experiencias de la vida cotidiana; entre la utópica idea de que cada quien debe tomar únicamente lo que merece o de que la quietud se gana aquietando los sentidos o de que es preciso olvidarse de sí mismo para ser feliz. La primera enseñanza es una obra que, no dudo, será del gusto de quienes tienen una especial predilección por la lectura, disfrutan la convivencia con los libros y reciben de ellos alegrías desbordantes. Felipe Garrido, con el ingenio, el garbo y la sutil ironía que lo distingue, nos ofrece en estos relatos palabras que nutren, que proveen de vitaminas a la imaginación. El remate de La Jaguar y los borregos nos muestra el camino: El lenguaje del mundo es el de los borregos, pero nosotros somos jaguares. Lo que necesitamos es el ejemplo de los santos, la compañía de los libros, para aprender a rugir. No se diga más. Aquí están los elementos: el amparo de un glorioso promotor de la lectura como Felipe Garrido y la compañía de un buen libro. A rugir se ha dicho. Mario Cerino Madrigal